viernes, 15 de marzo de 2013

Caudillo

La bandera atada al estaca, ondeaba con fuerza como querer escapar de aquella atadura que la detenía. El viento con coraje soplaba el corazón de cada soldado, quienes detenían su impulso en los fusiles para esperar la orden de sus comandantes.

El cielo adornaba aquella escena con nubes negras y una luz opaca del día, dando aflicción a la vista de cada combatiente. Se escucha el grito de un caudillo desde una punta de la hilera del batallón.

- Hoy es un día, a diferencia de los ayer, en el que nuestros gritos serán de libertad, en donde vamos a explotar con el tono de voz la cadena que nos hace esclavos del silencio, de los impíos que han abusado de la nobleza que nos caracteriza. Hoy no quiero que el día se acabe y pensando en otro mañana de guerra. En vida o en muerte buscaremos nuestra autonomía; si logramos vivir contaremos nuestra agalla a los hijos de nuestros hijos y si morimos, seremos recordados como héroes de la historia.

El silencio se apodera al observar la inmensa ola humana acercándose a ellos, con rostros de asombro y coraje se disponen a dar la vida por lo que todo el mundo añora, la libertad. Aquel silencio es interrumpido por el ruido de un cañón que estalla cerca de ellos y se disponen a enfrentarse.

La tierra, que ha sido el único testigo de lo que ha vivido sobre ella, de cada acontecimiento, de la evolución, de nacimientos y muertes. Testigo que se ha empeñado al mutismo eterno y el decidido al día que hable, se levantarán los héroes que han sido entrgados a ella por tributo de sus valentías.

A largo tiempo de la intensa batalla, una bala atraviesa el cuerpo del valiente caudillo que estuvo al tanto de todo soldado que pasó por sus filas, la lluvia adorna aquel momento dramático. Su rostro empañado de tierra y sangre seca maquilla su noble sonrisa y negación de morir antes de obtener lo que tanto ha luchado.

Cae herido  y se resigna a morir, pero su herida muestra gravedad. Viene a su mente las lecturas de la vida de Simón Bolívar que liberó gran parte de América del Sur, Francisco Morazán y su hazaña en Centroamérica; la valentía de Rafael Carrera. Mira a su gente caer, uno a uno, ante la fuerza tirana de los enemigos y decide ponerse en pie, lo que logra llenar de fuerza a sus soldados

Pintaba las paredes de su habitación con insignias de orgullo y lealtad. No faltaba en sus discursos el tema de la honra hacia la patria y el coraje por defenderla de los impíos que hacían llorar a sus habitantes con actos de corrupción o la cobardía de privar la vida a los inocentes.

Desde niño marchaba por la plaza para dar honores a la bandera que ondeaba en lo más alto del cielo, que combinaban sus colores como siendo espejo de la libertad. La gente observaba al infante que hacía sus reverencias y saludos; para algunos era una burla, pero para los que se habían formado en escuelas militares miraban como un ejemplo a seguir.

Un bombazo rompe el recuerdo que lo entregaba a la vida eterna, iluminado por algo extraña da un brinco para ponerse de pie y entregar hasta la última gota de sangre por su pueblo. El batallón toma más fuerza con la iniciativa de aquel soldado.

Tras largas horas de batalla al final del día se escucha el sonido de una trompeta, acompañado por tambores. Canticos de gozo y oraciones se escuchaban en la plaza de la catedral. Bailes y música cultural eran el placer de sonrisas de los habitantes que ya respiraban libertad.

En la enfermería del cuartel se encontraba el caudillo del héroe pelotón, compartiendo la sonrisa de paz, agradeciendo la valentía de cada uno de ellos. Despide el mundo con la mirada de prosperidad y muere con él la esclavitud de la que fueron víctimas.