La bandera atada al estaca, ondeaba con fuerza como querer escapar de
aquella atadura que la detenía. El viento con coraje soplaba el corazón
de cada soldado, quienes detenían su impulso en los fusiles para
esperar la orden de sus comandantes.
El cielo adornaba
aquella escena con nubes negras y una luz opaca del día, dando aflicción
a la vista de cada combatiente. Se escucha el grito de un caudillo
desde una punta de la hilera del batallón.
- Hoy es un
día, a diferencia de los ayer, en el que nuestros gritos serán de
libertad, en donde vamos a explotar con el tono de voz la cadena que nos
hace esclavos del silencio, de los impíos que han abusado de la nobleza
que nos caracteriza. Hoy no quiero que el día se acabe y pensando en
otro mañana de guerra. En vida o en muerte buscaremos nuestra autonomía;
si logramos vivir contaremos nuestra agalla a los hijos de nuestros
hijos y si morimos, seremos recordados como héroes de la historia.
El
silencio se apodera al observar la inmensa ola humana acercándose a
ellos, con rostros de asombro y coraje se disponen a dar la vida por lo
que todo el mundo añora, la libertad. Aquel silencio es interrumpido por
el ruido de un cañón que estalla cerca de ellos y se disponen a
enfrentarse.
La tierra, que ha sido el único testigo de
lo que ha vivido sobre ella, de cada acontecimiento, de la evolución,
de nacimientos y muertes. Testigo que se ha empeñado al mutismo eterno y
el decidido al día que hable, se levantarán los héroes que han sido
entrgados a ella por tributo de sus valentías.
A largo
tiempo de la intensa batalla, una bala atraviesa el cuerpo del valiente
caudillo que estuvo al tanto de todo soldado que pasó por sus filas, la
lluvia adorna aquel momento dramático. Su rostro empañado de tierra y
sangre seca maquilla su noble sonrisa y negación de morir antes de
obtener lo que tanto ha luchado.
Cae herido y se
resigna a morir, pero su herida muestra gravedad. Viene a su mente las lecturas de la vida de Simón Bolívar que liberó gran parte de América del Sur, Francisco Morazán y su hazaña en Centroamérica; la valentía de Rafael Carrera. Mira a su gente caer,
uno a uno, ante la fuerza tirana de los enemigos y decide ponerse en
pie, lo que logra llenar de fuerza a sus soldados
Pintaba
las paredes de su habitación con insignias de orgullo y lealtad. No
faltaba en sus discursos el tema de la honra hacia la patria y el coraje
por defenderla de los impíos que hacían llorar a sus habitantes con
actos de corrupción o la cobardía de privar la vida a los inocentes.
Desde
niño marchaba por la plaza para dar honores a la bandera que ondeaba en
lo más alto del cielo, que combinaban sus colores como siendo espejo de
la libertad. La gente observaba al infante que hacía sus reverencias y
saludos; para algunos era una burla, pero para los que se habían formado
en escuelas militares miraban como un ejemplo a seguir.
Un
bombazo rompe el recuerdo que lo entregaba a la vida eterna, iluminado
por algo extraña da un brinco para ponerse de pie y entregar hasta la
última gota de sangre por su pueblo. El batallón toma más fuerza con la
iniciativa de aquel soldado.
Tras largas horas de
batalla al final del día se escucha el sonido de una trompeta,
acompañado por tambores. Canticos de gozo y oraciones se escuchaban en
la plaza de la catedral. Bailes y música cultural eran el placer de
sonrisas de los habitantes que ya respiraban libertad.
En
la enfermería del cuartel se encontraba el caudillo del héroe pelotón,
compartiendo la sonrisa de paz, agradeciendo la valentía de cada uno de
ellos. Despide el mundo con la mirada de prosperidad y muere con él la esclavitud de la que fueron víctimas.
"Quiero contarte, lector, la vida de un peregrino de experiencia, de buen tino, de carácter y de honor; el cual supo del dolor en el correr de los años; de perfidias y de engaños y mentidas alabanzas; vio morir sus esperanzas y cosechó desengaños..." Humberto Porta Mencos
viernes, 15 de marzo de 2013
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