Los comerciantes dudosos de aquel presentimiento decidieron no testificar algo anormal si llegara a pasar. Los pobladores, aterrados cerraron más temprano puertas y ventanas de sus casas.
Pasaban las ocho de la noche y los vagabundos no se aparecían por esas calles, como de costumbre sucedía. Entre la luz de la lejanía se observaba que alguien se paseaba por aquella soledad.
A través de un umbral miraba una anciana y perseguía con la vista los pasos de aquella persona, quien ella no identificaba, como si supiera lo que pasaría esa fría noche. El joven saca de su maletín una botella oscura, que contenía granos de cebada fermentada, otros cereales adobada con lúpulo y levadura. Al terminar de beber el contenido de dicha botella la deja a un lado y decide continuar su camino. Más adelante se encuentra con unos amigos, sonrieron y saludaron fraternosamente. pero al cabo de unos minutos decide seguir su camino.
La anciana, quien vio todo se refugia rápidamente en su vivienda a encender una candela frente a un altar y empieza a rezar, sintiendo una gran pena por aquel hombre.
Al día siguiente, el amanecer no fue como el de días anteriores donde el alba es más resplandeciente que el sol, la tristeza indagaba a primeras horas por la calle, contagiando el cielo mismo que empezó a nublarse.
Recorre por el pueblo un rumor de muerte, era aquel hombre que de un principio se daba por desconocido. El lugar de la tragedia fue invadida por amigos y parientes, el silencio se adueñaba a sus alrededores... Hasta que se asoma la anciana y dijo haberlo visto sin ninguna pena, pero después algo misterioso le hizo temer.
La anciana elevó su mirada al cielo y suspiro, murmuró a los oyenes "considerarse salvos, pues nadie ha viso a la Sra. Muerte y vive para contarlo". Decide caminar hacia su hogar, mientras los espectadores quedaron clavados en el sigilo del viento con la mirada perdida cada uno decide hacer lo mismo, retirarse a su vivienda y enconmendar su alma al Todopoderoso.
Ahora vagan por esas calles el recuerdo de aquel amigo, quien se adelantó al viaje de la eternidad, dejó en las calles del recurdo las vivencias que tuvo y por las noches divagan sus risas en las solitarias avenidas del pueblo, buscando aún su alma.