lunes, 28 de enero de 2013

La Sra. Muerte

Era una tarde fria en la que las personas sentían en ese momento más helada de lo normal, pintaban gestos de angustia y se sospechaba que algo muy pronto iba a suceder.

Los comerciantes dudosos de aquel presentimiento decidieron no testificar algo anormal si llegara a pasar. Los pobladores, aterrados cerraron más temprano puertas y ventanas de sus casas.

Pasaban las ocho de la noche y los vagabundos no se aparecían por esas calles, como de costumbre sucedía.   Entre la luz de la lejanía se observaba que alguien se paseaba por aquella soledad.

A través de un umbral miraba una anciana y perseguía con la vista los pasos de aquella persona, quien ella no identificaba, como si supiera lo que pasaría esa fría noche. El joven saca de su maletín una botella oscura, que contenía granos de cebada fermentada, otros cereales adobada con lúpulo y levadura. Al terminar de beber el contenido de dicha botella la deja a un lado y decide continuar su camino. Más adelante se encuentra con unos amigos, sonrieron y saludaron fraternosamente. pero al cabo de unos minutos decide seguir su camino.

La anciana, quien vio todo se refugia rápidamente en su vivienda  a encender una candela frente a un altar y empieza a rezar, sintiendo una gran pena por aquel hombre.

Al día siguiente, el amanecer no fue como el de días anteriores donde el alba es más resplandeciente que el sol, la tristeza indagaba a primeras horas por la calle, contagiando el cielo mismo que empezó a nublarse.

Recorre por el pueblo un rumor de muerte, era aquel hombre que de un principio se daba por desconocido. El lugar de la tragedia fue invadida por amigos y parientes, el silencio se adueñaba a sus alrededores... Hasta que se asoma la anciana y dijo haberlo visto sin ninguna pena, pero después algo misterioso le hizo temer.


Los amigos, con quienes habló por última vez, dijeron que instantes después pasó por el otro extremo de la calle una persona con hábito negro y cubría su rostro, pero al tiempo que transitó frente a ellos una mala sensación se hizo sentir, el frío aumentó y nadie pudo hablar, únicamente observaron que dio alcance y caminaron juntos hasta perderse en la distancia.

La anciana elevó su mirada al cielo y suspiro, murmuró a los oyenes "considerarse salvos, pues nadie ha viso a la Sra. Muerte y vive para contarlo". Decide caminar hacia su hogar, mientras los espectadores quedaron clavados en el sigilo del viento con la mirada perdida cada uno decide hacer lo mismo, retirarse a su vivienda y enconmendar su alma al Todopoderoso.

Ahora vagan por esas calles el recuerdo de aquel amigo, quien se adelantó al viaje de la eternidad, dejó en las calles del recurdo las vivencias que tuvo y por las noches divagan sus risas en las solitarias avenidas del pueblo, buscando aún su alma.

lunes, 21 de enero de 2013

La Maldición

En aquel amanecer las nubes adornaban el gozo de un cielo celeste, lleno de paz.    El alba iluminó de ilusión un cambio o un mejoramiento de un virus nombrado, amor.

Fue una de esas mñanas donde se da importancia a un mensaje de texto, una llamada o una sonrisa, pues causa el olvido de un ayer disgustado.    Al cabo de esperar cierto tiempo, cayó la tarde y el sol daba sus últimos rayos de muerte y pintó de dorado sus nubes y la inquietud de aquel joven dominó sus impulsos y decidió ir a buscar lo que tanto esperó.


Antes de llegar a su punto final, vio en la lejanía como la chica, a quien iba a buscar, despidió a un desconocido con un placentero abrazo  y por lo cual decidió esperar para que se retirara del lugar. Tal vez, lo mejor era ignorar esa inquietud que le hizo caer a la desesperación o sencillamente dejar morir el sentimiento tan fuerte, mas se adelantó en busca d explacaciones para bajar el nudo en la garganta.

La alcanzó hasta el callejón donde se encaminaba sola y al sentir la presencia de aquel joven aparesuró el paso; dio alcance al caminar de la mujer y con arrogancia él preguntó sobre el trato hacia el ignoto, de qué había entre ellos para que el trato sea intímo... El gesto de la fémina cambió y supo, aquel hombre, que con eso había cavado su propia tumba, pues ella bruscamente se dirigió, sin medir la ira que llenó su consciente o sin pensar en la vulnerabilidad del joven y fu así como dio tregua a lo que sería su muerte.

En las noches frías, cuando la soledad indaga por las calles heladas y la melancolía cae en el sereno retornan las palabras asesinas de un amor que existió y bajo una maldición siguió viviendo aquel individuo, bajo la sombra de su sonrisa

jueves, 10 de enero de 2013

La Veladora


Caía ya de aquel cielo plasmado de estrellas la humedad impregnada de la atmósfera, haciendo más fría la noche.  El silencio vagaba por las calles abandonadas del pueblo, donde ningún cuerpo se hacía presente por la helada brisa que traía sensaciones.

Se veía entre el caserío la iluminación que se escapaba entre las rendijas de una madera que ocultaba el interior de una vivienda, en la cual el desvelo sería el que gobernara en sus habitantes. El artefacto que producía la luz, cuya luz era la única que daba vista sobre el poblado, por una candela.

Batallaba con su existencia para alumbrar la habitación, donde se encontraba agonizando el hombre que mantenía el sustento de cada oriundo que conformaba el hogar, era el sacrificio de cada candela morir para iluminar a todo aquel que la necesite.

La paz que daba intriga la vela fue interrumpida por una fuerte ráfaga de viento separando la madera que cubría la ventana, debilitando la luminosidad que brotaba del débil fuego que producía la veladora y ésta batalló para conservar encendida su mecha, retaba la furia del aire que no pudo consumir su útil estancia dentro de la habitación.

Los minutos seguían su paso y poco a  poco la llama consumía el cuerpo grasoso de la candela y acababa así el tiempo de existencia del viejo, quien aún en su hecho de muerte sonreía al voltear su mirada hacia el cirio; agradecía su sacrificio de propagar la luz, la que sería la última que miraría.

Sutilmente disminuía la intensidad de su albor y daba anuncio de su pronta fusión. Un suspiro del anciano le hace pensar que su momento llegó. Después de la larga lucha de la candela se extingue, desamparando la habitación ya oscura y en un hilo gaseoso se lleva el alma del longevo, escabulléndose entre las grietas del techo da su último viaje hacia el cielo.