En aquel amanecer las nubes adornaban el gozo de un cielo celeste, lleno de paz. El alba iluminó de ilusión un cambio o un mejoramiento de un virus nombrado, amor.
Fue una de esas mñanas donde se da importancia a un mensaje de texto, una llamada o una sonrisa, pues causa el olvido de un ayer disgustado. Al cabo de esperar cierto tiempo, cayó la tarde y el sol daba sus últimos rayos de muerte y pintó de dorado sus nubes y la inquietud de aquel joven dominó sus impulsos y decidió ir a buscar lo que tanto esperó.
Antes de llegar a su punto final, vio en la lejanía como la chica, a quien iba a buscar, despidió a un desconocido con un placentero abrazo y por lo cual decidió esperar para que se retirara del lugar. Tal vez, lo mejor era ignorar esa inquietud que le hizo caer a la desesperación o sencillamente dejar morir el sentimiento tan fuerte, mas se adelantó en busca d explacaciones para bajar el nudo en la garganta.
La alcanzó hasta el callejón donde se encaminaba sola y al sentir la presencia de aquel joven aparesuró el paso; dio alcance al caminar de la mujer y con arrogancia él preguntó sobre el trato hacia el ignoto, de qué había entre ellos para que el trato sea intímo... El gesto de la fémina cambió y supo, aquel hombre, que con eso había cavado su propia tumba, pues ella bruscamente se dirigió, sin medir la ira que llenó su consciente o sin pensar en la vulnerabilidad del joven y fu así como dio tregua a lo que sería su muerte.
En las noches frías, cuando la soledad indaga por las calles heladas y la melancolía cae en el sereno retornan las palabras asesinas de un amor que existió y bajo una maldición siguió viviendo aquel individuo, bajo la sombra de su sonrisa
"Quiero contarte, lector, la vida de un peregrino de experiencia, de buen tino, de carácter y de honor; el cual supo del dolor en el correr de los años; de perfidias y de engaños y mentidas alabanzas; vio morir sus esperanzas y cosechó desengaños..." Humberto Porta Mencos
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