jueves, 10 de enero de 2013

La Veladora


Caía ya de aquel cielo plasmado de estrellas la humedad impregnada de la atmósfera, haciendo más fría la noche.  El silencio vagaba por las calles abandonadas del pueblo, donde ningún cuerpo se hacía presente por la helada brisa que traía sensaciones.

Se veía entre el caserío la iluminación que se escapaba entre las rendijas de una madera que ocultaba el interior de una vivienda, en la cual el desvelo sería el que gobernara en sus habitantes. El artefacto que producía la luz, cuya luz era la única que daba vista sobre el poblado, por una candela.

Batallaba con su existencia para alumbrar la habitación, donde se encontraba agonizando el hombre que mantenía el sustento de cada oriundo que conformaba el hogar, era el sacrificio de cada candela morir para iluminar a todo aquel que la necesite.

La paz que daba intriga la vela fue interrumpida por una fuerte ráfaga de viento separando la madera que cubría la ventana, debilitando la luminosidad que brotaba del débil fuego que producía la veladora y ésta batalló para conservar encendida su mecha, retaba la furia del aire que no pudo consumir su útil estancia dentro de la habitación.

Los minutos seguían su paso y poco a  poco la llama consumía el cuerpo grasoso de la candela y acababa así el tiempo de existencia del viejo, quien aún en su hecho de muerte sonreía al voltear su mirada hacia el cirio; agradecía su sacrificio de propagar la luz, la que sería la última que miraría.

Sutilmente disminuía la intensidad de su albor y daba anuncio de su pronta fusión. Un suspiro del anciano le hace pensar que su momento llegó. Después de la larga lucha de la candela se extingue, desamparando la habitación ya oscura y en un hilo gaseoso se lleva el alma del longevo, escabulléndose entre las grietas del techo da su último viaje hacia el cielo.

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