Se preguntaban, como hacía para escribir frases, si cuando lo único que escribía eran monosílabos. Nadie buscó la respuesta a la gran pregunta, sólo admiraban el gran esfuerzo que dedicaba por escribir.
Todas
las mañanas se le encontraba, como era de costumbre, deletreando cada letrero que
encontraba en su camino, pues se dirigía a su trabajo de vender el periódico. “Es
ironía” mencionaba el civil, pues miraba a aquel niño analfabeta que apenas
deletreaba la palabra ‘cocodrilo’ y
escribía con yeso su nombre, y sin saber escribirlo bien.
Vendía
periódicos y revistas, había gente le compraba, porque el
pequeño era simpático y bien educado para atender a la persona que le detenía únicamente
para preguntarle cuales eran los titulares del día o qué había sucedido en los
países que se mantenían en guerra.
Era
común verlo todos los días después de vender sus diarios con una risa para entregar
el dinero y recibir su paga, pues luego se disponía a asistir a la escuela
adonde llegaba con mucha anhelo de no solo aprender a leer y a escribir, sino a
saber de las culturas del mundo, de la historia de su país, de cada pueblo del
mismo.
Era
un infante de 10 años de edad, aproximadamente, que siempre andaba con una
boina café, una calzoneta gris, su calzado ya gastados y una playera 'cuello de tortuga';
pero eso no le impedía sonreír cada día, mostraba a los lugareños que era más
valioso reír ante la adversidad.
-
El ishchoco¹ que vende el periódico me admira, pues todos sabemos sus
condiciones y no digamos él, que la vive, siempre anda sonriendo. Expresaba un
anciano observando desde muy lejos al niño que repartía.
-
¡Ah compadre! vos lo has dicho, mirá sus atuendos o su apariencia; pero por muy
chorreado que esté siempre su mejor presentación es cuando sonríe. Respondía
con jovialidad el otro anciano.
Llegó
el día en que todo cambiaría. Como de costumbre, después de vender sus diarios
e ir a estudiar, salía del establecimiento. Caminaba por las calles más
silenciosas del pueblo y observó salir humo desde la ventana de una casa, dentro
de ella se encontraba un niño de unos 4 años calculado. La abuela del pequeño había
salido y olvidó apagar el fuego del candil.
Los
adultos no habían dado asistencia al acto y desconocían lo que sucedía. La
nobleza de Juanito le hizo entrar a como pudo por la ventana, la que tuvo que
romper, estando dentro se dio cuenta de que las llamas ya estaban llenas de
enojo y consumían el interior del hogar. El pequeño se encontraba con una
mínima quemadura en su pie y le impedía caminar con mayor facilidad. Las
personas se reunieron en el lugar y vieron salir por la puerta al niño que
estuvo prisionero, pero el techo no aguantó más y cayó sobre Juanito, que no
pudo salir.
¡Pobre
Juanito! ¿Qué será del pueblo sin su risa? ¿Sin sus ojos prendidos? Las
melodías matutinas ya no sonarán igual, pues la torpeza humana hizo perder un
tono musical. La voz de Juanito ya no será parte del canto de los pájaros.
Desde ese entonces todos cuentan la historia del pequeño héroe.