Las horas de la noche no se detienen, el ritmo cardiaco es el mismo, el whisky acelera la circulación sanguínea y el olvido no se asoma; mas el recuerdo es el que provoca el ahogamiento de mi moral en el ardiente licor.
"Es que si tan sólo..." es el reproche que vive en mi cabeza, como si eso se apiadara y me hiciera cambair el tierrible momento que te hice vivir aquella tarde.
En 3 días de la tragedia, el reproche es inmenso cada día, mi alma se irrita al ver tus fotografías en las cuales nunca faltan el adorno de tus sonrisas que las llena de vida... Pero mi llanto rompe la complasencia de ver la figuria de tu risa plasmada.
Era la tarde de un frío noviembre, cuando llegue temprano a casa y no hallarte, la sorpresa de la tarde-noche. Vi sobre la mesa un ramo de flores con nota de un desconocido, lo cual provocó elevar mi ira.
A poco tiempo tu voz desbloqueó mi pensamiento, sin consultar, alteré mi tono ante ti buscando respuesta y a la vez evitando querer escuchar tu explicación. Olvidé por ese instante quien eras, olvidé por un momento que eras esa mujer que juré amar toda la vida. Lo último que vi fueron tus ojos húmedos y una mirada que hablaba el idioma de los lamentos.
Fuiste la noticia al caer la noche, tu nombre era mencionado en los rumores de la vecindad y tu imagen se propagó por los noticieros y quien afirma que dando fin a la existencia es la solución. Me enteré de tu accidente, como pude salí al hospital donde te encontrabas; en sala de esperas encuentro a un hombre con cabellera blanca y, vi en él tus ojos húmedos con la mirada del mismo idioma que me habló la última vez que miraste, lo que me hizo enmudecer. Eran las 10:30 de la noche y tu muerte dio paso a la eternidad de mi angustia.
Me hundí en el abismo de la remembranza alucinándote pasear por el pasillo de la casa, oir tus risas encerradas en la sala, escuchar tus pasos deslcazos subiendo las gradas y sentir el aire de tu respiración dentro de la habitación.
Entre tus cosas hallé el listón con el que siempre adornabas tus cabellos; el labial con el que tatuabas mi cuerpo; y encontré una carta firmada por tu padre diciéndote que te enviaba las flores que siempre te gustaron, buscaba tu perdón.
Soy un muerto andante que furente a tu tumba pide perdón, cuyo perdón inexistente para mi alma. Será esa culpabilidad mi esclavitud la que me hará buscarte en el infinito del mundo, quererte encontrar en el alba de cada día, en el rocío de cada mañana y me perderé en el infinito de tu mirada al verte en las estrellas.
"Quiero contarte, lector, la vida de un peregrino de experiencia, de buen tino, de carácter y de honor; el cual supo del dolor en el correr de los años; de perfidias y de engaños y mentidas alabanzas; vio morir sus esperanzas y cosechó desengaños..." Humberto Porta Mencos
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