domingo, 25 de enero de 2015

El Orador



En una mañana de enero cuyo día era víctima de la inestabilidad climática. El sol, fue el primero en aparecer ese domingo, las flores sonrieron al sentir el abrazo de los rayos solares y con gozo abrieron sus pétalos para dar inicio al proceso de fotosíntesis.
Niños y niñas corrían por las aceras, por los corredores del parque central; disfrutaban de un helado descansando en la pila colonial frente a la iglesia. 

En poco de dos horas, el sol era opacado por unas nubes grises. El calor mañanero del domingo matutino se desvaneció en el exceso de celajes y el cielo, mismo que había amanecido celeste, se fue tornando de un tono gris oscuro y el día entristeció. El aire frío intimidó la felicidad de los niños y niñas que sonreían jugando, como si no hubiese ayer.

En pocos minutos, corría el rumor de la muerte del orador más reconocido y querido del pueblo. El mismo personaje que en los momentos de religión, ponía orden vial para que los peregrinos pasaran con el anda hacia el templo. La misma persona, que muchas veces tuvo la oportunidad de despedir a cualquier difunto en el cementerio General.

Ese día de domingo, se nubló en el cielo y los fuertes vientos, trajeron consigo a la misma muerte; quien se encargó de venir al pueblo por el hombre que más servicio social prestó en la comunidad.

Los y las habitantes del pueblo, hicieron caso al llamado del jefe edil de la comuna y cada uno aportó sus centavos para los servicios fúnebres y arreglos florales. Objetos que fueron testigos de la tristeza que llenó las calles del lugar.

En el momento del entierro, los llantos eran la melodía que despedían el cuerpo; los nudos en la garganta, decoraban el silencio y las lágrimas de amargura se dejaban caer por los rostros indignados por la población.

Recuerdos y risas llenaron el camposanto, llenando de ego la memoria de aquél hombre, que tenía mucha costumbre de dar las palabras de despedida; de aquél hombre, cuyos actos eran en beneficio de la comunidad y sin un fin lucrativo, apoyó en lo que podía.

El sol ya caía, las campanas de la iglesia puntualizaban las cinco de la tarde, la gente poco a poco se retiraban del lugar. La mayoría, sentados o de pie, frente a la tumba y con la caja con él presente hicieron un largo mutismo, hasta que es interrumpido con una voz quebrantada cuestionando:
̶  Y ahora, ¿Quién dará las palabras para despedir a Vicente Fernández?...

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